Hoy os traigo la edición de “Rebajas” de este año. (Las
otras ediciones las tenéis aquí, aquí, y aquí).
Y es que las rebajas es un mundo complejo que tan solo
estoy descubriendo. Tienen su parte buena (¡Hala! ¡Rebajas! ¡Vamos a comprar
como si fuera el último día!), y que conste que no estoy en contra del
consumismo: adoro el consumismo, el consumismo mueve el país, sin consumismo la
economía se estancaría, la población tiene que comprar. Pero como todo, tiene
su parte mala. Sí, vengo a quejarme de nuevo. Ya me conocéis, ¿en serio os
sorprende?
En fin, como todos sabéis, soy dependienta (bueno,
oficialmente, ayudante de dependiente, lo que quiere decir que hago lo mismo
que un dependiente, pero cobrando menos) en una zapatería. Para la gente que
estamos trabajando detrás de este grandioso fenómeno que son las rebajas, la
semana anterior al primer día de las rebajas es una locura: sacarlo todo, aunque esté más
que olvidado y lleve veinte años en el almacén muriéndose de risa, ponerle las
pegatinitas de las narices con el precio del antes y del ahora, preparar las
exposiciones en tiempo record (el día antes de las rebajas no puede haber nada
rebajado y el primer día de las rebajas tiene que estar todo), preparar los
escaparates, etc.
Pero si preparar las rebajas es una locura, las rebajas
en sí lo son cien veces más, sobre todo la primera semana.
Lo que más me molesta, después de todo el trabajo que
supone preparar las rebajas son las quejas de los clientes:
Señora (S): ¿Tienes este en mi número?
Teté (T): Pues como no me diga cuál es su número… (yo
adivina no soy)
S: el 37
T *tecleo en el ordenador*: No, el 37 no me queda.
S: ¿Y cómo es que no tienes el 37?
¿Qué quieres que responda a esa pregunta? En serio…
¿acaso esperas que te responda “No, mire, señora, es que no hemos traído el 37
para joderla a usted”? Pues si no queda el 37 será porque se ha vendido. Ese
zapato en el 37 hace cinco meses estaba aquí… ¡haber venido antes!
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Y luego las quejas sobre el precio:
Señora (S): Oye, niña, ¿este precio está bien?
Te lo enseñan, y ves la pegatinita (una de esas que les
hemos tenido que poner a cada uno de los zapatos): ANTES: 130€; AHORA: 125€
Teté: Sí, señora, el precio está bien. Con la rebaja se
queda en 125€.
S: ¿Y cómo es que lo rebajáis tan poco?
¡Y yo qué sé! Ni que fuera yo la que pone el precio, eso
es decisión del jefe. Así que, señora, el precio es de 125€: si le gusta, bien,
y si no, pues lo deja.
S: ¿Y no me puedes hacer una rebajita?
La “rebajita” ya está hecha.
T: No, señora, yo el precio no lo puedo tocar.
S: Anda, un poquito. Es que si estuviera a 100€ sí que me
los llevaba, pero por 125€ me parece mucho.
T: No, señora, que si no me lo quitan a mí del sueldo.
Pues mira, no sé si será verdad, pero yo no tiento a la suerte…
S: Ah, bueno, niña, pónmelos, me los tendré que llevar.
Que conste que yo no obligo a nadie a llevarse un zapato
que no se quieren llevar. Ellas se lo van a llevar sí o sí, pero si pueden
rascar algo…
S: Bueno, y con lo que me gasto, ya me podrías hacer un
regalito, ¿no?
Maximum ¬¬. Lo peor de todo es que esto te lo dicen las
que se dejan cien euros, como las que se dejan veinte. Te dan ganas de decirle:
“¿una patada en el culo como regalito le parece bien?” o vacilarlas diciéndoles
“sí, señora, mire, como regalo esta preciosa, nueva y flagrante bolsa de plástico
para llevar sus zapatos nuevos.”
Si es que rapiñan de donde pueden. Algunas con estas
artimañas, pero otras son más listas. Te cambian la pegatina del precio de uno
y te lo ponen en otro más caro.
S: Oye, ¿a qué precio se queda este?
Si le has quitado la pegatina del precio original, y has
estado cuarto de hora buscando un zapato más barato para ponerle esa pegatina,
sabes bien el precio.
T: Con la rebaja se quedan a 80€.
S: Pero aquí pone que 50€.
Miras la pegatina, y como en la pegatina pone, no solo el
precio, sino también la referencia del zapato (se creen que somos tontos), la
miras con cara de “no me toques las narices” o “sé perfectamente lo que has
hecho”, y le dices:
T: No, esta pegatina no corresponde a este zapato. “Alguien”
la habrá cambiado.
¡Toma indirecta! ¿Qué te crees? ¿Qué no te he visto
mirando los zapatos uno a uno, con el otro en la mano, para ver por cuál
cambias la pegatina? Son demasiado listas. Listas y retorcidas. Si no te
cambian la pegatina, te hacen sacarles los dos pares de zapatos (el más caro y
el más barato) y los cambian de caja, con la intención de llevarse el más caro
en la caja del más barato con el precio de este último.
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Otras son más simples y aprovechan la confusión de la
tienda llena para meterse el par de zapatos en el carrito de la compra “accidentalmente”.
Afortunadamente, estas son las que menos: sólo son casos aislados.
Pero imaginaos que todas estas triquiñuelas no te la hace
una señora, sino cinco a la vez. Vamos, que en esta época no sólo tengo que
hacer de dependienta, sino que también de niñera de guardería, policía, vigilante…
Y todavía quedan casi dos meses de rebajas, ¡deseadme
suerte!
Y vosotros... ¡Sed felices!